De joven,
Sócrates, el gran filósofo ateniense que vivió entre los años 470 y 399 a. de
C., se enamoró de Xantipa, que era muy hermosa. Él no era apuesto, pero era muy
persuasivo. Los individuos persuasivos tienen la capacidad de conseguir lo que
desean. Y Sócrates logró convencer a Xantipa de que se casara con él.
Finalizada la
luna de miel, las cosas empezaron a ir mal en casa. Su mujer empezó a verle
defectos. Y él, a ver los de ella. Él actuaba movido por su egoísmo. Ella
andaba siempre fastidiándole. Y Sócrates afirmó, según se dice: «Mi objetivo en
la vida era llevarme bien con la gente. Elegí a Xantipa porque sabía que, si
pudiera llevarme bien con ella, podría llevarme bien con todo el mundo».
Él decía que
soportaba la molestia de Xantipa como una forma de autodisciplina personal. Lo
cierto es que hubiera conseguido desarrollar una auténtica autodisciplina si
hubiera intentado comprender a su esposa e influir en ella mediante las mismas
atenciones y expresiones de cariño que había utilizado para convencerla de que
se casara con él. No veía la viga de su propio ojo y, en cambio, veía la paja
en el ojo de Xantipa.
Como es natural,
Xantipa tampoco estaba libre de culpa. Sócrates y ella eran como tantos
matrimonios de hoy en día. Después de la boda, dejan de comunicarse sus
verdaderos sentimientos de afecto, comprensión y amor. Se «olvidan» de utilizar
los mismos modales agradables y las mismas actitudes mentales que hicieron de
su noviazgo una feliz experiencia.
Pero ni Sócrates
ni Xantipa trabajaban para que su vida
hogareña fuera más feliz. Ninguno miraba la viga en su propio ojo, sino que veían la
paja en el ojo del otro.
Hablaremos ahora
de otro joven... que aprendió a ver la viga en su propio ojo. Pero, antes de
hacerlo, veamos de qué manera se desarrolla el hábito de la importunación.
Hayawaka escribió en la obra El lenguaje en el
pensamiento y en la acción: Para curar [lo que ella cree que son] los defectos
de su marido, es posible que una esposa le importune. Los defectos del marido
se agravan y ella sigue importunándole. Como es natural, los defectos se
agravan ulteriormente y ella le importuna todavía más. Dominada por una
reacción fija al problema de los defectos de su marido, la esposa sólo sabe
abordarlo de una manera. Y, cuanto más insiste, tanto más se deteriora la
situación, hasta que ambos acaban con los nervios destrozados; el matrimonio se
destruye y sus vi das se hacen pedazos.
Pero, bueno,
¿qué ocurrió con el joven? Era la primera noche de un curso «La ciencia del
éxito», cuándo al joven se le preguntó ¿Por qué quiere seguir este curso?»
« ¡Por mi mujer!», contestó él. Muchos de los
alumnos se rieron... pero no así el instructor. Éste sabía por experiencia que
hay muchos hogares desdichados porque el marido o la esposa ve los defectos del
otro, pero no los suyos propios.
Cuatro semanas
más tarde, en el transcurso de una reunión en privado, el instructor le
preguntó al alumno « ¿Cómo anda su problema?» « ¡Está resuelto! » «¡Estupendo! Pero, ¿cómo lo ha conseguido?»
«He aprendido lo siguiente: Cuando me en enfrento con un problema que implica
malentendidos con otras personas tengo que empezar primero por mí mismo.
Al examinar mi
propia actitud mental, descubrí que era negativa. Resultó que el problema no
estribaba en mi mujer... ¡sino en mí mismo! Al resolver mi problema, descubrí
que ya no tenía ninguno con ella.»
¿Qué hubiera
ocurrido si Sócrates se hubiera hecho la siguiente reflexión: «Cuando me
enfrento con un problema que implica un malentendido con Xantipa, tengo que
empezar primero por mí mismo»? ¿Y qué ocurriría si usted se dijera: «Cuando me
enfrento con un problema que implica un malentendido con otra persona, tengo
que empezar primero por mí mismo»? ¿Sería su vida más feliz?
- Napoleon Hill