"Un viajero
alemán fue a ver en una ocasión a un célebre místico. Debía de estar enfadado
por alguna razón. Se desató encolerizado los zapatos, los tiró a un rincón y
abrió la puerta bruscamente, dando un gran golpe...
El místico le
dijo: - Aún no puedo responder a su saludo. Primero pida perdón a la puerta y a
los zapatos.
- Pero ¿qué le
pasa? -preguntó el hombre- ¿Cómo voy a pedirle perdón a una puerta y a unos zapatos?
¿Acaso están vivos?
- Ni siquiera
pensó usted en eso al descargar su furia sobre esos objetos inanimados -replicó
el místico-. Ha tirado los zapatos como si fueran seres vivos culpables de
algo, y ha abierto la puerta con tal agresividad que parecía que fuera su
enemiga. Como ha reconocido la personalidad de esos objetos descargando su
furia sobre ellos, ahora debería pedirles perdón. Si no lo hace, no hablaré con
usted.
El viajero pensó
que había recorrido un largo camino desde Alemania para conocer a aquel
místico, y que algo tan trivial no le iba a impedir hablar con él. De modo que
se acercó a los zapatos y con las manos entrelazadas dijo: - Perdónenme por
haberme portado mal, amigos. Y, dirigiéndose a la puerta, añadió: Lo siento. No
quería haberte empujado así.
A continuación
fue a sentarse junto al místico, que se echó a reír: - Ahora sí -dijo-. Ahora
podemos iniciar el diálogo. Ha demostrado cierto amor, y puede relacionarse.
Incluso puede comprender, porque ahora se siente ligero y alegre, se siente
dichoso.
El viajero
escribió en sus memorias que al principio se sintió ridículo, pero que cuando
terminó de pedir perdón se quedó sorprendido: sentía una paz y una serenidad
increíbles...
No se trata de
ser afectuoso sólo con los seres humanos, sino de amar en general".
-Osho
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