Soy aquel que
nace cada mañana, contemplo el sol y la ciudad como despiertan, y como poco a
poco se llena de rostros serios, apurados y uno que otro sonriente.
Camino por las
calles, el olor a pan caliente me sorprende y me tienta a servirme un trozo
junto a una humeante taza de café. Comienzo
a saborearlo y dejo que el viento toque mi rostro mientras me siento en alguna
banca vacía y sigo contemplando este mundo loco que no para.
Vuelvo a
caminar, ¿Qué es eso? Un hombre en tal apuro que me estrella bruscamente y en
lugar de disculparse me reprende, perfecto… tiempo preciso para una lección de perdón
y paciencia. Frente a esta valiente reacción
de mi parte, me concentro en la sensación de paz que experimenta mi corazón y
dejo que me envuelva por completo. Estoy en paz.
Ahora siento la
necesidad de una sonrisa o una palabra amable, ¿dónde la encuentro? En
cualquier parte, comprendo que este mundo no es más que mi reflejo, así que solo
basta dar lo que quiero conseguir, y así regalo una sonrisa y me viene una de
regreso, digo una palabra gentil y tengo otra para mi. ! Que perfecto espejo
es este mundo!
Así mi día se va
llenando de emociones, sensaciones, miro y contemplo todo a mi alrededor, tanto
por mirar, tanto por observar, tanto que contemplar que pudiera estar horas y
horas en cada lugar por el cual transito. Si miro hacia arriba: el
cielo, las nubes que caminan junto conmigo, las aves que vuelan graciosamente; a mi alrededor: los arboles que se mecen, la gente con diversas expresiones; al frente: la plaza, las palomas comiendo migajas de pan; por donde miro hay algo extraordinario con lo cual sorprenderse.
Tanto por
escuchar, por saborear, por tocar, por comprender, tanto por que reír, tanto de
que maravillarse, pero ya no me queda más tiempo. Hice lo que más pude por
aprovechar este día.
Ahora ya el sol
se esconde, observo como muere este día y así muero con él, se va, ya no existe, ni yo tampoco.... está bien, mañana volveré a nacer.
por: Marcela Allen
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