Bendecir
significa desear y querer incondicionalmente -totalmente y sin reserva alguna-
el bien ilimitado, para los demás y para los acontecimientos de la vida,
haciéndolo aflorar de las fuentes más profundas y más íntimas de nuestro Ser.
Bendecir
significa reconocer el bien infinito que forma parte integrante de la trama
misma del universo. Ese bien lo único que espera es una seña tuya para poder
manifestarse.
Al cruzarte con
la gente por la calle, el auto, en tu lugar de trabajo, bendice a todos. La paz
de tu bendición será la compañera de su camino, y el aura de su discreto
perfume será una luz en su itinerario. Bendice
a los que te encuentres, derrama tu bendición sobre su salud, su trabajo, su
alegría, su relación con Dios, con ellos mismos y con los demás.
Bendice a todos
en todas las formas imaginables, porque esas bendiciones no sólo esparcen las
semillas de la curación, sino que algún día brotarán como otras tantas flores
de gozo en los espacios áridos de tu propia vida.
Bendice tu
ciudad, tus gobernantes y a todos como los educadores, enfermeras, barrenderos,
sacerdotes y prostitutas. Cuando alguien te muestre la menor agresividad,
cólera o falta de bondad, responde con una bendición silenciosa. Bendice
totalmente, sinceramente, gozosamente, porque esas bendiciones son un escudo
que los protege de la ignorancia de sus maldades, y cambia de rumbo la flecha
que te han disparado.
Bendecir,
significa invocar la protección divina sobre alguien o sobre algo, pensar en él
con profundo reconocimiento; significa también llamar a la felicidad para que
venga a él; significa reconocer una belleza omnipresente, oculta a los ojos
materiales. Es activar la ley universal de la atracción que, desde el fondo del
universo, traerá a vuestra vida exactamente lo que necesitas en el momento
presente para crecer, avanzar y llenar tu vida de gozo.
Es imposible
bendecir y juzgar al mismo tiempo. Mantén en ti ese deseo de bendecir como una
incesante resonancia interior y como una perpetua plegaria silenciosa, porque
de este modo serás de esas personas que son artesanos de la paz, y un día
descubrirás por todas partes el rostro mismo de Dios.
Y por encima de
todo, no te olvides de bendecir a esa persona maravillosa, absolutamente bella
en su verdadera naturaleza y tan digna de amor, que eres tú mismo.
Extraído del
libro "El arte de Bendecir"- Pierre Pradervand
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