Intentar mejorar
nuestra vida cambiando a los demás es siempre un camino infructuoso, no hay
modo ni motivo para proponernos modificarlos a nuestro antojo.
Lo que sí puedes
hacer, dice Chuang Tzú, es comprender las veces que te enfadas contigo mismo
porque las cosas no salen como lo planeaste o deseaste y entonces decidirte a
“vaciarte”. Si estás vacío, no habrá enfrentamiento entre una parte de ti más
exigente y perfeccionista y otra más serena o distraída. Y sin enfadarte
contigo surcarás la vida como la superficie de un río plácido, sin que nadie lo
note, sin prisas ni metas prefijadas.
Te imagino
pensando: “Suena fantástico, pero… ¿de qué se supone que tengo que vaciarme?”.
La propuesta es
deshacernos de todo aquello que consideramos que somos, comenzando por nuestro
YO más interno y controlador, la parte de nosotros que quiere tener el manejo
de nuestra vida, nuestro rumbo y nuestros deseos. Ese juez severo que nos
tortura y nos deja en ridículo cuando le apetece. Hablo sencillamente de
aquella persona a la que nos referimos cada vez que decimos “Yo”, nuestro Ego.
El Ego (como se
suele llamarlo) es una posesión, nuestra identidad, un vínculo con nosotros
mismos, una relación anquilosada y condicionante. Deshacernos de las ideas
rígidas que tenemos acerca de cómo “somos” es un importantísimo escalón en
busca de nuestra esencia, una esencia que se esconde tras capas y capas de
personajes, hábitos, creencias y prejuicios.
Todos nacemos
necesitados de amor, de atención y de cuidados; todos nos damos cuenta, en los
primeros años de vida, de que conseguimos mejores resultados si somos de una
determinada manera. Nos miman más y algunas cosas nos resultan más fáciles de
conseguir si nos comportamos como a los demás les gusta que lo hagamos. Con el tiempo, comprobamos que esta verdad se
confirma a cada paso, pero también conlleva un problema: las personas que nos
premian, no nos quieren a nosotros sino al personaje que hemos creado para
ellas quizá antes de conocerlas.
Esa idea de
nosotros con la que vamos de aquí para allá, presentándonos frente a los otros,
es básicamente una ilusión construida por cada uno de nosotros con mucha o poca
ayuda de nuestro entorno social o familiar, que tan neuróticamente tratamos de
complacer. No es fácil darse cuenta y enfrentarse con esta “realidad”, como
podrás imaginar, es una vivencia tan perturbadora como transcendente.
Para ser quienes
somos el primer desafío es animarse a dejar de lado todos esos roles que hemos
ido adoptando a lo largo de nuestra vida, en el plano espiritual, esos roles
son como sofisticados ropajes que nos pesan y no nos permiten avanzar.
El segundo
desafío es vaciarse totalmente de lo que me impida ser en cada momento una persona
libre, absolutamente espontánea y dueña de una conducta no condicionada por la
cárcel de sus propias definiciones de sí mismo.
Esto puede sonar
al principio un poco extraño. ¿Cómo puedo vaciarme de mi mismo? ¿No es acaso
imposible dejar de ser quien uno es? Si me deshago de mi Yo, ¿qué me quedará?
Todas estas
preguntas son válidas, pero siempre que no nos hagan perder el rumbo si no nos
damos cuenta de que están formuladas desde el mismo Yo que cuestionamos. Esas
preguntas las realiza el Ego, es parte de su intento por recuperar un poder
(sobre nuestra esencia, sobre lo que realmente somos) que siente que pierde.
Al vaciarnos, lo
que verdaderamente somos permanece allí, simplemente me dejo llevar y disfruto
plácidamente del viaje.
Autor: Jorge
Bucay. “El Camino de la Espiritualidad”.
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