El principio
subyacente de causa y efecto ha sido aceptado como correcto por prácticamente
todos los pensadores del mundo dignos de tal nombre. Pensar de otro modo sería
arrebatar los fenómenos del universo del dominio de la ley y el orden, y
relegarlos al control del algo imaginario al que los hombres han llamado
«casualidad».
Un cuidadoso
examen mostrará que lo que llamamos «casualidad» es meramente una expresión que
se relaciona a causas que no podemos percibir; causas que no
podemos entender. La palabra casualidad se deriva de una palabra que significa
«caer» (como la caída de los dados), siendo la idea que la caída del dado (y muchos
otros acontecimientos) son meramente un "acontecimiento no relacionado a
causa alguna". Y éste es el sentido en el que el término se emplea
generalmente. Pero cuando la cuestión se examina de cerca, se ve que no hay
ninguna casualidad en la caída del dado. Cada vez que cae un dado, y muestra un
cierto número, obedece a una ley tan infalible como la que gobierna la
revolución de los planetas alrededor del sol. Detrás de la caída del dado hay
causas, o cadenas de causas, que corren hacia atrás más lejos de lo que la
mente puede seguirlas. La posición del dado en la caja, la cantidad de energía
muscular gastada en el lanzamiento, la condición de la mesa, etc., son todas
causas cuyo efecto puede verse. Pero detrás de estas causas vistas hay cadenas
de causas invisibles precedentes, todas las cuales tienen una incidencia sobre
el número del dado que cae hacia arriba.
Si se lanzase un
dado un gran número de veces, se encontraría que los números mostrados serían
aproximadamente iguales, esto es, que habría un número igual de un punto, dos
puntos, etc., viniendo a la parte de arriba. Si arrojas una moneda al aire, y
puede caer en «cara» o «cruz»; pero si haces un número suficiente de
lanzamientos, las caras y las cruces se nivelarán aproximadamente. Ésta es la
operación de la ley de promedio (llamada también "Ley de los grandes
números"). Pero tanto el promedio como el lanzamiento sencillo quedan bajo
la ley de causa y efecto, y si fuéramos capaces de examinar las causas
precedentes, se vería claramente que era simplemente imposible que el dado
cayera de otro modo al que lo hizo, bajo las mismas circunstancias y en el
mismo momento. Dadas las mismas causas, seguirán los mismos resultados. Hay
siempre una «causa» y un «porqué» para todo evento. Nada sucede nunca sin una
causa, o más bien sin una cadena de causas.
Alguna confusión
ha surgido en las mentes de personas que consideraban este principio a partir
del hecho de que eran incapaces de explicar cómo una cosa podría causar otra
cosa, esto es, ser la «creadora» de la segunda cosa. Como una cuestión de
hecho, ninguna «cosa» causa o «crea» nunca otra «cosa». Causa y efecto tratan
solamente de los «eventos». Un «evento» es «lo que viene, llega o sucede, como
resultado o consecuencia de algún evento precedente». Hay una continuidad entre
todos los eventos precedentes, consecuentes y subsiguientes. Hay una relación
existente entre todo lo que ha pasado antes y todo lo que sigue. Una piedra se
desprende de la ladera de una montaña y aplasta el techo de una cabaña en el
valle de abajo. A primera vista consideramos esto como un efecto del azar, pero
cuando examinamos la cuestión encontramos una gran cadena de causas detrás de
ello. En primer lugar estaba la lluvia que ablandó la tierra que soportaba la
piedra y que le permitió caer; entonces detrás de eso estaba la influencia del
sol, otras lluvias, etc., que desintegraron gradualmente el pedazo de roca a
partir de un pedazo más grande; estaban además las causas que condujeron a la
formación de la montaña, y su trastorno por convulsiones de la naturaleza, y
así sucesivamente ad infinitum. Así, podríamos seguir las, causas detrás de la
lluvia, etc. Entonces podríamos considerar la existencia del techo. En breve,
nos encontraríamos envueltos en una malla de causa y efecto, de la que pronto
nos esforzaríamos por desenredarnos. Igual que un hombre tiene dos padres, y
cuatro abuelos, y ocho bisabuelos, y dieciséis tatarabuelos, y así
sucesivamente hasta que se calculan digamos cuarenta generaciones, el número de
ancestros corren a muchos millones.
Detente a pensar
un momento. Si un cierto hombre no hubiera conocido a una cierta doncella, en
el oscuro período de la Edad de Piedra, los que están leyendo ahora estas
líneas no estarían ahora aquí. Y si, quizá, la misma pareja hubiera dejado de
encontrarse, nosotros los que ahora escribimos estas líneas no estaríamos ahora
aquí. Y el acto mismo de escribir, por nuestra parte, y el acto de leer, por la
tuya, afectará no sólo tu vida y la de nosotros, sino que tendrán también un
efecto, directo o indirecto, sobre muchas otras personas que viven ahora y que
vivirán en los tiempos venideros. Todo pensamiento que pensamos, todo acto que
ejecutamos tiene sus resultados directos o indirectos que se ajustan en la gran
cadena de causa y efecto.
No deseamos
entrar en una consideración del libre albedrío, o el determinismo, por diversas
razones. Entre éstas la principal es que ningún lado de la controversia es enteramente
correcto; de hecho, ambos lados son parcialmente correctos, de acuerdo con las
enseñanzas herméticas. El principio de polaridad muestra que ambas son
medias-verdades -los polos opuestos de la verdad-. Las enseñanzas son que un
hombre puede ser libre y sin embargo estar ligado por la necesidad, dependiendo
del significado de los términos y la altura de verdad desde la que se examina
la cuestión. Los antiguos escritores expresan así la cuestión: «Cuanto más
lejos está la creación del centro, más atada está; cuanto más cerca del centro
se llega, más cerca de ser libre está».
La mayoría de la
gente es más o menos esclava de la herencia, el entorno, etc., y manifiesta muy
poca libertad. Ellos son arrastrados por las opiniones, costumbres y
pensamientos del mundo externo, y también por sus emociones, sentimientos,
humores, etc. No manifiestan ninguna maestría digna del nombre. Ellos repudian
indignados este aserto, diciendo: «Bueno, ciertamente soy libre de actuar y
hacer como me place; hago justo lo que quiero hacer», pero dejan de explicar de
dónde surge el «quiero» y el «me place». ¿Qué les hace «querer» hacer una cosa
en preferencia a otra; qué hace que les «plazca» hacer esto y no hacer aquello?
¿No hay un «porqué» a su «placer» y «querer»? El maestro puede cambiar estos
«placeres» y «querencias» en otros en el extremo opuesto del polo mental. Él es
capaz de «querer querer», en vez de querer porque algún sentimiento, humor,
emoción o sugestión ambiental hace surgir una tendencia o deseo dentro de él a
hacerlo así.
La mayoría de
las personas son arrastradas como la piedra que cae, obedientes al entorno, las
influencias externas y los humores internos, deseos, etc., por no hablar de los
deseos y voluntades de otros más fuertes que ellos mismos, herencia, ambiente y
sugestión, que les arrastran sin resistencia de su parte y sin el ejercicio de
su voluntad. Movidos como peones sobre el tablero de ajedrez de la vida, juegan
sus papeles y son dejados a un lado después de que el juego ha concluido.
Pero los
maestros, conociendo las reglas del juego, se elevan por encima del plano de la
vida material, y situándose en contacto con los poderes superiores de su
naturaleza, dominan sus propios humores, caracteres, cualidades y polaridad,
así como el ambiente que les rodea, y así se convierten en jugadores en el juego,
en vez de peones -causas en vez de efectos-. Los maestros no escapan a la
causación de los planos superiores, sino que se ajustan a las leyes superiores,
y dominan así las circunstancias en el plano inferior. Forman así una parte
consciente de la ley, en vez de ser meros instrumentos ciegos. Mientras que
sirven en los planos superiores, rigen en el plano material.
Pero, en el
superior y en el inferior, la ley está siempre en operación. No hay cosas tales
como la casualidad. La diosa ciega ha sido abolida por la razón. Somos capaces
de ver ahora, con ojos aclarados por el conocimiento, que todo está gobernado
por la ley universal -que el número infinito de leyes no son sino
manifestaciones de la única gran ley-, la LEY que es EL TODO. Es cierto en verdad
que ni un gorrión cae sin advertirlo la mente del TODO -que incluso los
cabellos en nuestra cabeza están numerados- como lo han dicho las Escrituras.
No hay nada fuera de la ley; nada que suceda contrario a ella. Y sin embargo,
no cometas el error de suponer que el hombre no es sino un autómata ciego
-lejos de ello-.
Extraído del Libro - El Kybalion
Los Siete Principios del Hermetismo.
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